viernes, 2 de abril de 2010

Fealdad

Que no se te olvide nunca,
la mazmorra de tu ser
que alguna vez tu perfil refleja.
El amoratado y vil tono
que se te asoma en las mejillas,
que se te insinúa en la superficie.

El blanco puro de tus ojos,
que no resiste demasiado verse,
que teme a la turbiedad que tuvo.

Hay un pequeño averno, al que sólo se llega
a través de un imperceptible orificio,
que es del alma y nunca cierra.

El camino es de zozobra,
con sabor de revancha y trampa.
Es el anuncio de la obscena fealdad que espera.

La fealdad de la galería del despojo,
cementerio con todas las tumbas abiertas.
Vuelven a hacer sangrar esos espejos,
hace mucho destrozados.

Aún al no ponerle nombre ni rostro
a ninguno de esos cadáveres podridos
ocultará su hedor que nunca termina de extinguirse.
Y al voltear al mundo, hay estupendo brillo,
La mañana y el día, sonríen inocentes.
Es la superficie que como la tuya,
sólo al abismo tapa.

En un descanso en los escalones, a media jornada,
la pesadilla asalta, por el ir muriendo,
por el seguir estando enfermo,
porque no hubo una cura que sirviera
y nada oculta ese olvido torpe.
Y el afán por buscar el agua
se ve transformado (y nada más es fiasco).

Y el mundo ante tus ojos,
sea al igual que siempre: repugnante.
Y detrás de tu pupila
sólo esté la sombra
de ese putrefacto espesor de angustia.

Arroja agua helada
sobre ese amoratado guiño
que leve tu piel sombrea
para salir al blanco:
a la mudez de la piedra.

domingo, 9 de marzo de 2008

Cuatro poemas de Luz Parda

En segunda, cercana y lejana persona

Ahí estás en las afueras
de este terroso piso que hoy habito
corriendo suave, en deleite.
Pasas mil veces alrededor de mi cuello ajado.
La patrona que a mirar me manda, no guarda rencor,
sólo un sinengaño en mi estela
y algún respiro grato por lo que fui.

Queriendo entrar
nuevamente tras los ojos,
sí, esos del oráculo venido
de otro mundo que poseí,
andarán quienes pidan cuentas
(en un disparate hacia a mi hacerlo)

no es arquitecto el que quita escombros
pero los tiempos de hiel o suaves, vivos fueron, vivos son,
no importa que alguna vez envenenen
nada nunca que acontezca a sus ramas el árbol odia
se ha acostumbrado a saber, y solo a sus ramas ama:
no se nubla nunca la sombra, nada puede provocarlo,
proyecta siluetas y algunas son embrujo

no todos los barcos llevan suerte de estupendos puertos en su itinerario

pero ahí estás otra vez mirando asombrado la tarde,
sigue mirando así, y como dijeron tus mayores: nada pasa.

Ese final que no te pertenezca
riega el agua en la arena, gotas que se queden,
y mañana, quizás amargo,
cuando voltees te seguirán refrescando.

Que no se pida seda o caramelos,
sólo oxígeno, coraje y pulso que nada necesitan,
la decisión así, sin más, existe.

Poca cosa y pobres
son las garras que te arañaron,
no odies, sólo conoce, entiende, y en tu derecho: desprecia.





La saga del carbón

En un rincón del carnaval
un descanso que sabe de cenizas
(esas andan siempre al encuentro
se amontonan en la pausa y se aguardan)
Contra la máscara ceñuda, ante el aire,
el carruaje de aliento y muerte.
Olvidado sea tocar lo dulce
en las regiones amplias de lo virgen,
en el hervidero estupendo de ser hormigas,
bostezando sombras como lo intruso.
Atrapar indolente el trozo de mediodía
en la posible claridad que vivió antes.
Después la montaña se hace oscura, negra,
carbón bajo los pies, a veces mar,
espectro que salta la sangre y guiña.
Sin dibujo, corretea una hiena-aullido,
este paso en algodones también infierno es,
para cada cual una carta sin descubrir,
la carta que se revela casi nunca es as.
Flotando en la caída de un barranco,
y entre cenizas, finas pocas, golpeo contra los peñascos
de vez en vez, cuadro amplio negro y puerta para dibujar.
Ilusión invento, artista del aire, en ocasiones,
sabio sin saber, se niega a las corrientes dar una dirección.
Velas honor para los muertos, recuerdo que se acaba,
venda de los vivos el capricho de las llamas,
una bocanada para asesinarme unos segundos,
un alto ante el abismo que no se encuentra ni se ve.
Rasguño al muro inmenso, escalada inútil.
Los mesías subieron quedando como locos suspendidos.
Flores inmensas con lagos para retozar adentro,
pero un látigo agudo espera afuera
y la voz de lo total que gobierna es de infante,
que cuando se digna a contestar, dice ignorarlo todo.





Sangre

Con mi misma sangre
que mana y muerde, que llora
negando su fin y que niega la muerte
de la vida. Sangre
que voltea a su semilla, putrefacta
y enferma Cada noche languidece,
a sabiendas de que no existe el ocaso.

Tanta vida no se acaba
por más que cada vez se muera.
Dolor que no se desecha
nada lo absorbe. Por mas que flote
no se terminará de imponer.

Al rebelarse la conciencia de respirar
se testimonia el seguir exigiendo
sangre, conciencia de horca
sangre, en su circular aferrada.

Letras tintas se nos escriben dentro, la vida
la muerte, en pugna. Una,
es negación de otra.






He tatuado

He tatuado en la piel de mi existencia.
Jamás habrá de ser cortada.

Ni huir del ruedo, ni tapar mi oído.
Nada de acomodo entre comparsas.
Ni virajes a la superficie de este fango.
Ni destrozos en casa de la ética: la mía,
la que huye de los miserables, que no son parientes,
de esta miseria que a veces congratula.

Ni rejas entre yo, y mi vista
de la luna, y mi sol que tuesta,
y mi sol de ocaso.

Y agujas que atraviesan.

Y mis pasos que andan, y mis pasos
que se cansan, y mis manos que hurgan
y mis manos que preguntan, y el desprecio
en mi vista, y mi vista que se incendia.

Ni disipen mi derroche, de momentos,
de tiempos, de psicosis que clama
y reclama por orgías. Catarsis que reclama
océanos, cascadas.

¿Dónde sentaremos a los dogmas
a brindar, a beber,
a morir, a revivir,
a bailar con gordas,
a dejarlos decir sandeces
a caminar con ellos
a contarles lo que no quieran
a mirarles con todas sus caras
a sacudirlos, a bromear?
Que me cuenten sus bochornos
Que me confíen sus excesos
Que me presenten a los suyos

No dejarlos mandar en el arrastre de esta vida.
Dejarlos pasar cuando lleven apuro.
Saludarlos lejos.
Y otra vez, invitarlos a beber
incitarlos a mentir, y sus epopeyas
recordar. Saber, que como yo,
son falibles y de poco fiar.